Hay gente que parece no morirse nunca. Hay los que no quieren morir, y que persistentemente se te aparecen en momentos extraños sin decirte nada, como un recuerdo de una cremallera mal cerrada. Pero también hay aquellos a los que nosotros no dejamos morir, hay esos seres, queridos o no, que significaron mucho para nosotros, esas personas sean humanas o no, que en algún momento puntualmente o de manera continuada, aprovecharon para dejar una imprenta, una huella, de amor en nosotros. Esos seres especiales que nos hicieron mayores y mejores; esos seres al fin y al cabo que tras su desaparición física, siguen con nosotros a todas horas y al simple alcance de un cerrar los ojos para recordarlos.
Sin lugar a dudas mi abuela fue una de estas personas, ella tan exagerada, y tan suya, tan coqueta y tan guapa, tan permanentemente especial que hacía de su presencia todo un espectáculo de buen rollo. Era tan sentida que hasta llegó, creo yo, a enfadarse alguna vez. Mi abuela, la iaia Joana, olía a caramelo de eucalipto y tabaco, tabaco negro, rancio, perfumado, tenia cerillas en todas las partes de su casa, y se quejaba absolutamente de todo, sin sorna, con ganas, como una vieja Marianne que se llevaba con su implacable orgullo de ella misma a todo el mundo al agua. Ay! La iaia Joana….
La recuerdo llegando al piso de Plaza Tetuán sobre las seis para darnos de comer mientras mi padre pasaba visita y nosotros estábamos en el cuarto de la cocina. Mi madre no se la miraba con mucho cariño, pero es de entender que tanta presencia era complicada de encajar. Hablaba, hablaba, y hablaba y era imposible a veces encajar una cucharada de sopa sin que la Iaia te dijera algo. Algo siempre bonito, interesante, e interesada, porque la Iaia se interesaba por todo, con pasión y sin costuras, y claro está por todo lo que hacían sus nietos. Era una delicia y un baño de rosas comparada con los otros abuelos que parecían una secta calvinista de una peli sueca, tan rígidos, tan honestos, tan limpios, precisos y educados. Y es que cada uno tenia su estilo, pero era difícil luchar contra alguien que era directamente, una abuela estilosa.
Ella siempre tenia opinión, y más que opinar, pontificaba a diestro y siniestro, sobre todo: de política, de futbol, de pintura, de sus nueras y de sus hijos, y de opera, le encantaba. En cambio sobre nosotros los niños que crecíamos cerca de ella, sobre nosotros, ella, no opinaba, y era maravilloso ser un ser especial y absolutamente incuestionable en sus labios.
Mi abuela se hizo mayor tan poco a poco, que solo tuve conciencia de su vejez el dia que se murió, y ese dia, cuando yo ya vivía en el oscuro, húmedo y promiscuo piso del Paseo San Juan, hasta me dio como poca pena. La Iaia, siempre estaría allí y se había ganado para siempre un lugar en mi vida, estando o no, pero siempre presente.
Podría escribir muchísimo más sobre la Iaia Joana, pero para que? Fué una de las mejores abuelas que he tenido, y eso que tuve dos!
Me hubiera encantado de charlar con tu iaia Joana! Pero yo veo, según tus describciones, algo en nuestra hija!
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El mar que te darrera és l’oceà Pacífic … (tota una premonició)
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molt bona aquesta jordi (gran).
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